El próximo sábado 3 de diciembre, la terapeuta Edlín Ortiz Graham facilitará un Taller de Constelaciones Familiares alrededor de este tema. Te invitamos a participar. Reserva tu lugar en nuestros teléfonos: (55) 5211-9051 y 5211-3346.
Desde que nos separamos a mis hijos no les va bien
por la terapeuta Edlín Ortiz Graham
Este es un tema recurrente en mi experiencia como terapeuta: las consecuencias que la separación de los padres deja a los hijos cuando ellos, –los padres–, no cuidan la necesidad fundamental de sus hijos. Continuamente recibo consultantes que toman la decisión de buscar apoyo terapéutico porque sienten ansiedad, desesperación, angustia, tristeza, o desánimo. Se dan cuenta que les falta fuerza para vivir. Los síntomas son muy diversos pero el resultado es que la solución en todos estos casos a los que me refiero es la misma.
Muy pronto, en la primera entrevista, mencionan que sus padres se separaron. Muchas parejas siguieron viviendo en la misma casa y nunca se divorciaron. Otros se separaron poniendo tierra de por medio. Algunos en apariencia, siguieron una relación amigable ya estando separados o divorciados, y volvieron a unirse en una nueva relación de pareja. Otros se separaron de mala manera y no se han vuelto a dirigir la palabra. En realidad, no importa si fue de una o de otra manera la separación. Las posibilidades son infinitas. Lo que importa es que cada hijo tiene y siempre tendrá dos padres aunque ambos se hayan peleado. El hijo necesita a los dos bien plantados en su corazón para sentirse completo.
Es crucial respetar el derecho de los hijos de querer, de amar, a sus dos padres aunque ambos no hayan tenido éxito en seguir juntos. El hijo, la hija, no comprende por qué se separan sus padres. El hijo, no importa el motivo de la separación, quiere a los dos de la misma manera por una razón muy obvia: son ambos sus padres. Ambos le dieron la vida.
Si se observan profundamente las raíces de los vínculos de los hijos con sus padres, se verá claramente un amor profundo y original de los hijos por los padres tal cual son. Los hijos aman incondicionalmente a sus padres, hasta el punto de estar dispuestos a dar la vida por ellos. Permanecen vinculados toda la vida a sus padres y a su familia. Este vínculo es independiente de con quién crecen los hijos y de los sentimientos que expresan los hijos, al decir, por ejemplo: “Siento vergüenza de mis padres”.
Cuando los padres se separan y el niño o la niña se queda con la madre, dependen totalmente de ella y tienen miedo de mostrar que quieren a su padre tanto como a su madre. Tienen miedo de que la madre sienta resentimiento hacia ellos y que después de haber perdido a su padre, la pierdan también a ella. Sin embargo, continuarán queriendo a su padre en secreto. Lo mismo ocurre a la inversa aunque con menos frecuencia. Cuando los niños se quedan con el padre, igualmente tienen miedo de mostrarle a él que pese a lo que ocurrió entre ellos como pareja, ellos aman a la madre de todas formas con todo su corazón. Y llegan a mentir y a creerse la mentira de que no aman a uno de ellos, de que pueden vivir sin amar a alguno de ellos, por complacer al padre o a la madre, a quien a veces ven más sufrido, paciente con ellos o responsable de ellos. Ante la polaridad de los mayores los hijos piensan que no tienen otra opción que elegir seguir amando a uno de los padres. Piensan que ellos también tienen que ‘divorciarse’ en sus corazones de uno de ellos.
¿Que consecuencias tiene esto en los hijos? Todas las que he mencionado y más, porque quedan con el corazón fracturado. No pueden sentirse completos. Y esta fractura puede provocar una amplia diversidad de síntomas y de conflictos emocionales. Entonces, ¿cuál es la necesidad de los hijos que los padres separados deben mirar? La necesidad de mantener a papá y a mamá unidos, para siempre, en sus corazones.
Lo más común, en cambio, es que los adultos pretenden abierta o veladamente, que los hijos tomen partido y hacen hasta lo imposible por demostrarles que son ellos las víctimas de la pareja, y que por ello se separan. Unos llegan a menospreciar, criticar y juzgar negativamente al cónyuge delante de los hijos. Estos sentimientos contra el cónyuge, aunque son parte natural del intenso proceso emocional de una separación o un divorcio, deben permanecer como algo privado ya que al exponer a los hijos a toda la vorágine de sentimientos conflictivos contra el otro de la pareja, sólo se agudiza la fractura en el corazón de los hijos.
Por ello, si los padres quieren que su separación no fracture a sus hijos, lo mejor es que recorran un camino para honrar a su cónyuge como padre o como madre de sus hijos y puedan llegar a darles un lugar de dignidad en sus corazones, más allá de lo que ha ocurrido entre ellos o de sus comportamientos. El corazón del hijo no es el tribunal donde pueden encontrar la victoria. Si no pueden o no quieren llegar a ese lugar, quizá sí pueden decirle a sus hijos:
“Lo que ocurrió entre nosotros es asunto nuestro. En ti, querida hija, en ti, querido hijo, seguiremos unidos para siempre como tu padre y tu madre. Tú eres de los dos.”
De esta manera, los hijos sienten un profundo alivio.
Afortunadamente, las herramientas que nos ofrecen las constelaciones familiares hoy hacen posible que un hijo tenga acceso a ese alivio sin necesidad de que los padres actúen en concordancia con su necesidad profunda. El divorcio o la separación de los padres quizá ocurrió hace décadas. O quizá ambos han partido de este mundo. Sin embargo, el campo morfogenético ofrece posibilidades infinitas de sanación para las almas, incluso más allá de las circunstancias actuales de tiempo y espacio.