Bert Hellinger
La gracia es vida. Todo lo que con la vida nos es brindado, es gracia. En ese sentido, nuestros padres son la primera gracia. Son una gracia siempre presente, que nos acompaña en toda nuestra vida. Una gracia que nunca nos deja.
La gracia es un regalo. No la ganamos ni tampoco la perdemos. En esto, es grande y asimismo, nos prueba que es un regalo de la vida sin “pero” ni “cuando”.
La pregunta es: ¿Somos capaces de aceptarla en su grandeza como un regalo que tomar? ¿Podemos acogerla con gratitud y amor y alegrarnos por ella a lo largo de nuestra vida? Y a la par ¿alegrarnos por todo lo que nos viene junto a ella, es decir por nuestros padres tal y como son? Y ¿podemos alegrarnos por los muchos otros que han hecho nuestra vida rica y plena?
¿Cómo respondemos de la mejor manera a esa gracia? Pues, logrando que los demás nos perciban al igual que una gracia, como un regalo del amor que de lejos surge y los alcanza a través de nosotros. La gracia es infinita.
¿Acaso puede existir un pecado o una culpa frente a esa gracia? En su presencia, se disuelven de inmediato y son integrados en el amor, que todo lo abarca magníficamente.
¿Y qué pasa con aquellos que, por nuestra culpa o pecado, sufren? ¿Acaso pueden caer fuera de la gracia? ¿Acaba la gracia ante ellos? ¿O talvez ella transforma, por más difíciles que sean, sus vivencias en algo preliminar que luego pueden dejar atrás?
La gracia, por ser divina, no tiene ni principio ni fin. Está simplemente presente, siempre presente, sea lo que encontremos en nuestro camino y lo que con nosotros acontezca. Esa gracia permanece.
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