jueves, 19 de febrero de 2015

Sin raíces no hay alas



Terapeuta Edlín Ortiz Graham
Instituto Luz sobre Luz


Hoy mi hermana mayor, Ileana, me envió un correo desde Puerto Rico. Es un cuento acompañado de imágenes bellísimas y música, como muchos de los que me envía. Me absorbió la profundidad del contenido.  Y al terminar de leerlo, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. El testimonio apunta hacia uno de los temas medulares del trabajo sistémico y es por eso que lo traigo a este espacio. Y más aún, nos habla de uno de los temas que a todos nos toca íntimamente: nuestras raíces. 

Tiempo atrás, yo era vecino de un médico cuyo pasatiempo era plantar árboles en el enorme terreno de su casa. A veces observaba desde mi ventana el esfuerzo que hacía para plantar árboles y más árboles todos los días. Me empezó a llamar la atención el hecho de que jamás lo veía regando los árboles que recién había plantado. Y me di cuenta deque los árboles nuevos tardaban mucho en crecer. Cierto día me animé a plantearle mi inquietud. Fue entonces cuando me habló de su maravillosa teoría.
Me explicó que no los regaba porque si lo hiciera, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían para siempre esperando por el agua más fácil venida de encima. Al no recibir agua de la superficie, aunque los árboles demorarían más en crecer, sus raíces tenderían a migrar hacia el fondo, buscando el agua de las variadas fuentes nutrientes encontradas en las capas más inferiores del subsuelo.
Y hasta ahí la charla de aquel día con mi vecino.
Al poco tiempo me fui a vivir a otro país, y nunca más lo volví a ver. Varios años más tarde, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que antes no había. ¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño!
Lo curioso es que aquel era un día en que soplaba un viento muy fuerte y helado, un día en el que los árboles de la calle estaban arqueados, sin poder resistir el rigor del invierno.  Al aproximarme, noté cómo sus árboles resistían con facilidad tal inclemencia. Efecto curioso, pensé... 
Todas las noches, antes de irme a acostar, doy siempre una mirada a mis hijos me inclino sobre sus camas y observo cómo han crecido. Con frecuencia oro por ellos. “Dios mío, libra a mis hijos de todas las dificultades y agresiones de este mundo”.
Les cuento que ha llegado la hora de cambiar mis plegarias. Me doy cuenta de que al haber estado orando por que las dificultades no ocurran, he pecado de gran ingenuidad. Es inevitable que los vientos helados y fuertes alcancen a nuestros hijos, pues siempre habrá una tempestad próxima a ellos.
Ahora en cambio pediré que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan sacar energía de las mejores fuentes –de las más profundas–, que se encuentran en los lugares más hondos.
He orado demasiado tiempo deseando que todo se haga fácil, pero ahora sé que necesito pedir por desarrollar raíces fuertes y profundas para que cuando las tempestades lleguen –porque sé que llegarán– y los vientos helados soplen, podamos resistir como familia con integridad y con fortaleza interna de manera que no seamos arrastrados.
Mel

Desde la perspectiva sistémica y transgeneracional, este es un relato elocuente. Como esos nuevos árboles, tendemos a buscar sostén en la superficie. Buscamos estar bien y sentirnos felices con lo que en apariencia nos beneficia. Sin embargo, con frecuencia los hechos que la vida nos trae, nos confrontan y no hallamos en la superficie el remedio. Es en lo profundo que entonces encontramos los verdaderos nutrientes del subsuelo de nuestra herencia.
En ese subsuelo, tal como nos narra el autor de este testimonio, están los nutrientes capaces de fortalecernos como seres humanos y darnos el pasaje hacia la felicidad verdadera que nada ni nadie nos puede quitar.  En ese subsuelo que muestra la metodología de las constelaciones familiares, está esperándonos toda la riqueza, la fuerza y la sintonía de nuestras raíces, de manera que podamos crecer fuertes y flexibles para tomar la vida.  En ese subsuelo está la posibilidad de conectarnos, de arraigarnos con la fuerza que hemos heredado de nuestro linaje materno y nuestro linaje paterno.  En ese subsuelo vivo que es el campo morfogenético que nos ha pasado la vida y al que estamos arraigados, –sepámoslo o no– se encuentra la raíz de nuestra personalidad y también la matriz de nuestros destinos.

Buena parte de nuestro bienestar y nuestra salud dependen de tomar todo ello en el corazón y para siempre. Sin reclamos, sin ruidos y sin desear cambiarlo.  Todos los elementos de ese subsuelo, y cada persona que forma y ha formado parte de esa profunda y arcana alma familiar que ha producido la vida generación tras generación, hasta pasarla a nosotros, son fuerza y bienestar para nuestro presente si somos capaces de tomarlos y honrarlos en nuestro corazón, si somos capaces de decirles ‘Sí’ y ‘Gracias’. Lo que ha sido, tal cual es, es verdadero. Y es la verdad lo que nos hace libres mientras la negación de la verdad nos debilita.

Sí. Qué triste es vivir buscando el agua de la superficie para saciar una sed que sólo puede ser saciada cuando nuestro corazón está conectado a nuestra raíz.
Y qué fortuna tener a una nuestro alcance hoy una ruta hacia la conexión profunda.  No existe estimulante o droga que pueda producir el estado que viví que me abarcó durante tres días consecutivos, inesperadamente, cuando pude conectarme al río de vida que fluye a través de mi bisabuela, mi abuela y mi madre, hasta mí. ¡Tantos años sin haberlas mirado! Tantos juicios de mi mente interrumpiendo la conexión… Y en un instante, tanta fuerza de vida ahora disponible a través de ellas en mi propio corazón. Lo mismo le ha ocurrido a varios consultantes que he atendido al conectarse con el río poderoso de fuerza que fluye hasta sus pechos desde el linaje paterno.  

Pero si no miramos hacia lo profundo, nos desgastamos buscando en el exterior algo que nunca podrá darnos la superficie.  
“El corazón que ha comprendido que su presente está en resonancia con su pasado, tanto lo bueno como lo malo, late en sintonía con la vida”.  Estas son palabras de Bert Hellinger. A él, nacido en Alemania, donde ocurrió uno de los peores holocaustos de nuestra época, le fue dado el honor de hacer accesible a todos una sencilla pero eficaz respuesta a los desequilibrios que nos impiden la felicidad. Por ello, le estamos profundamente agradecidos.  Ese pasado al que se refiere, abarca nuestro origen, la fuerza que nos dio la vida y que pone a nuestro servicio, la herencia biológica, genética, anímica y espiritual. Al tomar esa herencia por completo, podemos pararnos firmemente sobre nuestros propios pies en el presente, como los árboles que provocaron el asombro en el autor.  Sí es posible subsistir tomando del agua que viene de encima, como dice Mel en su relato.  Pero para vivir, para brillar libremente y ser felices, necesitamos conectar con nuestras raíces al subsuelo de nuestra poderosa alma familiar.  

viernes, 6 de febrero de 2015

El dinero

Bert Hellinger

El dinero es fuerza. Produce algo. De él surge algo, por ejemplo una prestación que será retribuida. Cuanta más alta la prestación, más potente el dinero resultante, que se corresponde con ella. Sin embargo, si el dinero es menos que la prestación que retribuye, conservará su valor pero tendrá poca fuerza. Si es más que la prestación producida por él, igualmente pierde su fuerza. Con eso, quiere indicar que desea marcharse. El dinero no quiere ni puede quedarse.
Lo mismo es válido cuando atesoramos el dinero en lugar de producir algo o de financiar una prestación con ello. Del dinero desvinculado de cualquier rendimiento que pudiera servir nuestra vida o la de otros, se quedan las cifras sin valor real. Recuperan su valía cuando vuelven a producir más que sólo cifras, a producir una prestación que a su propietario le exige un esfuerzo personal, y cuando no es sustraído a otros sino que es gastado y ofrecido con la meta de alcanzar algo que sirva al grupo. Eso generalmente, y  vale aquí también, a cambio de alguna compensación. El dinero prestado, que remplaza un esfuerzo, se echa a perder. Se pierde, sin fuerzas.
El dinero circula en un circuito de prestación y remuneración, de nuevas prestaciones y nuevas remuneraciones. En este circuito, ambas crecen, la prestación y la remuneración.
A la inversa, sin prestación y su remuneración correspondiente, o cuando el dinero es prestado o regalado, sin corresponderse con una prestación de valor equivalente, se desarrolla un circuito semejante, sin embargo en este caso, de pérdida en pérdida, hasta que el excedente desaparezca. Del cielo, regresa a la tierra.
Aquel que desprecia el dinero, éste lo mantiene alejado. Sin el dinero, se vuelve débil y permanece pobre. A aquel que es frugal y con poco se las arregla, el dinero se le vuelca, y llega cuando se lo necesita. Representa una fuerza.
Aquel que valora el dinero puede dejarle la rienda suelta. Lo tiene atado con una cuerda larga, igual que un perro. Tanto más a gusto regresa hacia él, cuando lo necesita y lo llama.
A veces, el dinero se retira. Por ejemplo, las veces que desconsideramos un servicio producido para nosotros y ofrecido, a menudo con mucho amor, sobre todo por parte de nuestros padres. Si logramos apreciar su servicio, nos llega, así como a ellos, la recompensa que con este servicio se corresponde.
Esto es válido por todo lo demás. Cuando respetamos la prestación que otros producen para nosotros, a menudo sin retribución, llega para ellos y nosotros una recompensa. Ellos nos pagan nuestro respeto con más de su prestación, sin contar el esfuerzo. Sin nuestro aprecio, su prestación se demora.
Todo el dinero viene y se queda en este mundo. En el otro, más allá del nuestro, rige otra moneda. Sin embargo, el dinero tiene un efecto en aquel otro mundo, cuando lo podemos tomar y  luego dejar de buena manera. Tiene permiso, al acabar nuestro tiempo aquí, para quedarse. Ha cumplido con su servicio.
La pregunta surge ¿para qué o para quién se queda? ¿Aquel que después de nosotros lo recibe tendrá la fuerza de conservarlo? ¿Se transformará en salario para una prestación o se volverá una carga que aplasta en lugar de brindar algo?
¿Qué resulta de estas reflexiones? El dinero se comporta como un mensajero mandado desde otra parte. Quiere que lo adquiramos para producir algo con él y luego que lo dejemos, cuando nos toque. Oímos el mensaje transmitido por este recadero y respetamos cuidadosamente lo que, estando al servicio de su señor, él nos exige, sea lo que sea. No podemos y no tenemos permiso para escoger.