Terapeuta Edlín Ortiz Graham
Instituto Luz sobre Luz
Hoy mi hermana mayor, Ileana, me
envió un correo desde Puerto Rico. Es un cuento acompañado de imágenes
bellísimas y música, como muchos de los que me envía. Me absorbió la profundidad
del contenido. Y al terminar de leerlo, me di cuenta de lo que estaba
ocurriendo. El testimonio apunta hacia uno de los temas medulares del trabajo
sistémico y es por eso que lo traigo a este espacio. Y más aún, nos habla de
uno de los temas que a todos nos toca íntimamente: nuestras raíces.
Tiempo atrás, yo era vecino de un
médico cuyo pasatiempo era plantar árboles en el enorme terreno de su casa. A
veces observaba desde mi ventana el esfuerzo que hacía para plantar árboles y
más árboles todos los días. Me empezó a llamar la atención el hecho de que
jamás lo veía regando los árboles que recién había plantado. Y me di cuenta
deque los árboles nuevos tardaban mucho en crecer. Cierto día me animé a
plantearle mi inquietud. Fue entonces cuando me habló de su maravillosa teoría.
Me explicó que no los regaba porque
si lo hiciera, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían para
siempre esperando por el agua más fácil venida de encima. Al no recibir agua de
la superficie, aunque los árboles demorarían más en crecer, sus raíces
tenderían a migrar hacia el fondo, buscando el agua de las variadas fuentes
nutrientes encontradas en las capas más inferiores del subsuelo.
Y hasta ahí la charla de aquel día
con mi vecino.
Al poco tiempo me fui a vivir a otro
país, y nunca más lo volví a ver. Varios años más tarde, al retornar del
exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un
bosque que antes no había. ¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño!
Lo curioso es que aquel era un día en
que soplaba un viento muy fuerte y helado, un día en el que los árboles de la
calle estaban arqueados, sin poder resistir el rigor del invierno. Al
aproximarme, noté cómo sus árboles resistían con facilidad tal inclemencia. Efecto
curioso, pensé...
Todas las noches, antes de irme a
acostar, doy siempre una mirada a mis hijos me inclino sobre sus camas y
observo cómo han crecido. Con frecuencia oro por ellos. “Dios mío, libra a mis hijos de todas
las dificultades y agresiones de este mundo”.
Les cuento que ha llegado la hora de
cambiar mis plegarias. Me doy cuenta de que al haber estado orando por que las
dificultades no ocurran, he pecado de gran ingenuidad. Es inevitable que los
vientos helados y fuertes alcancen a nuestros hijos, pues siempre habrá una
tempestad próxima a ellos.
Ahora en cambio pediré que mis hijos
crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan sacar energía de las
mejores fuentes –de las más profundas–, que se encuentran en los lugares más
hondos.
He orado demasiado tiempo deseando
que todo se haga fácil, pero ahora sé que necesito pedir por desarrollar raíces
fuertes y profundas para que cuando las tempestades lleguen –porque sé que
llegarán– y los vientos helados soplen, podamos resistir como familia con integridad
y con fortaleza interna de manera que no seamos arrastrados.
Mel
Desde la perspectiva sistémica y
transgeneracional, este es un relato elocuente. Como esos nuevos árboles,
tendemos a buscar sostén en la superficie. Buscamos estar bien y sentirnos
felices con lo que en apariencia nos beneficia. Sin embargo, con frecuencia los
hechos que la vida nos trae, nos confrontan y no hallamos en la superficie el
remedio. Es en lo profundo que entonces encontramos los verdaderos nutrientes
del subsuelo de nuestra herencia.
En ese subsuelo, tal como nos narra
el autor de este testimonio, están los nutrientes capaces de fortalecernos como
seres humanos y darnos el pasaje hacia la felicidad verdadera que nada ni nadie
nos puede quitar. En ese subsuelo que muestra la metodología de las
constelaciones familiares, está esperándonos toda la riqueza, la fuerza y la
sintonía de nuestras raíces, de manera que podamos crecer fuertes y flexibles
para tomar la vida. En ese subsuelo está la posibilidad de conectarnos,
de arraigarnos con la fuerza que hemos heredado de nuestro linaje materno y
nuestro linaje paterno. En ese subsuelo vivo que es el campo
morfogenético que nos ha pasado la vida y al que estamos arraigados, –sepámoslo
o no– se encuentra la raíz de nuestra personalidad y también la matriz de
nuestros destinos.
Buena parte de nuestro bienestar y
nuestra salud dependen de tomar todo ello en el corazón y para siempre. Sin
reclamos, sin ruidos y sin desear cambiarlo. Todos los elementos de ese
subsuelo, y cada persona que forma y ha formado parte de esa profunda y arcana
alma familiar que ha producido la vida generación tras generación, hasta
pasarla a nosotros, son fuerza y bienestar para nuestro presente si somos
capaces de tomarlos y honrarlos en nuestro corazón, si somos capaces de
decirles ‘Sí’ y ‘Gracias’. Lo que ha sido, tal cual es, es verdadero. Y es la
verdad lo que nos hace libres mientras la negación de la verdad nos debilita.
Sí. Qué triste es vivir buscando el
agua de la superficie para saciar una sed que sólo puede ser saciada cuando
nuestro corazón está conectado a nuestra raíz.
Y qué fortuna tener a una nuestro
alcance hoy una ruta hacia la conexión profunda. No existe estimulante o
droga que pueda producir el estado que viví que me abarcó durante tres días
consecutivos, inesperadamente, cuando pude conectarme al río de vida que fluye
a través de mi bisabuela, mi abuela y mi madre, hasta mí. ¡Tantos años sin
haberlas mirado! Tantos juicios de mi mente interrumpiendo la conexión… Y en un
instante, tanta fuerza de vida ahora disponible a través de ellas en mi propio
corazón. Lo mismo le ha ocurrido a varios consultantes que he atendido al
conectarse con el río poderoso de fuerza que fluye hasta sus pechos desde el
linaje paterno.
Pero si no miramos hacia lo profundo,
nos desgastamos buscando en el exterior algo que nunca podrá darnos la
superficie.
“El corazón que ha comprendido que su
presente está en resonancia con su pasado, tanto lo bueno como lo malo, late en
sintonía con la vida”. Estas son palabras de Bert Hellinger. A él, nacido
en Alemania, donde ocurrió uno de los peores holocaustos de nuestra época, le
fue dado el honor de hacer accesible a todos una sencilla pero eficaz respuesta
a los desequilibrios que nos impiden la felicidad. Por ello, le estamos
profundamente agradecidos. Ese pasado al que se refiere, abarca nuestro
origen, la fuerza que nos dio la vida y que pone a nuestro servicio, la
herencia biológica, genética, anímica y espiritual. Al tomar esa herencia por
completo, podemos pararnos firmemente sobre nuestros propios pies en el
presente, como los árboles que provocaron el asombro en el autor. Sí es
posible subsistir tomando del agua que viene de encima, como dice Mel en su
relato. Pero para vivir, para brillar libremente y ser felices,
necesitamos conectar con nuestras raíces al subsuelo de nuestra poderosa alma
familiar.
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