viernes, 15 de mayo de 2015

Mis maestros

Bert Hellinger

¿Qué sería de mí sin mis maestros? Ellos me dieron en abundancia de su tesoro del conocimiento y el saber lo que sirvió a mi vida y a mi eficiencia, y así yo me convertí en lo que ahora soy.
Muchas veces me olvidé de todo lo que les debo. Todo se volvió naturalmente parte de mi vida y parte de mi ser, de lo que yo me sentía orgulloso como si en realidad viniese de mí. Cuando con frecuencia olvido a mis maestros, se me pierde mucho de lo que yo les debo. Y entonces eso que ellos me dieron se achica y pierde fuerza.
Distinto resulta cuando los tengo a ellos en mi corazón, cuando los recuerdo con agradecimiento. Yo siento que he sido obsequiado en abundancia. Ellos acompañan mi accionar y en lo que traspaso a otros, cuando le doy a otros -así como ellos una vez me dieron a mí- aquello que sirve a su vida y a su eficiencia. 
¿Me siento pequeño si me comparo con ellos? Al contrario. Yo puedo colocarme a su lado, al servicio de la vida como ellos, humilde y pequeño ante la vida y de esa manera  ser completamente uno con la vida y su movimiento.  
Cuando yo acepto lo que le debo a mis maestros otros podrán tomar de mí con mayor sencillez lo que yo les doy para su vida. Su mirada pasa por encima de mí y se dirige a todos los que me apoyaron, los que compartieron su vida comigo, del mismo modo como yo ahora la comparto con otros.
Entonces todos miramos por sobre nuestro maestro a aquel espíritu creativo que actúa en toda vida de la misma manera. Al igual que ante a ese espíritu nos inclinamos ante nuestros maestros y ellos se inclinan con nosotros ante ese espíritu. Frente a él permanecemos abajo, todos abajo, todos agradecidos, todos con vida y de la misma manera a su servicio.

fuente: http://www2.hellinger.com/es/home/portal/ayuda-para-la-vida-actual/agosto-2011/recuerdos/

viernes, 8 de mayo de 2015

Amar con los ojos abiertos




Terapeuta María Ángela González

No somos en aislamiento, somos en conexión con otros y con todo. Sin embargo, sólo a través de una visión amplia e integradora de la vida podremos descubrir en sus asombrosas expresiones y movimientos la actividad de una sola fuerza creativa fundamental que a la vez sostiene, nutre e interconecta cada detalle y cada ser de manera especial. Llegamos a la vida participando de una intrincada red de relaciones y vínculos que nos proveen lo que es imprescindible para vivir y desarrollarnos. Estos lazos actúan y se verifican en varias dimensiones simultáneamente. Algunas de ellas son evidentes y claras para nosotros, las reconocemos a simple vista. Sin embargo no ocurre lo mismo con las dimensiones más sutiles. Son elusivas. Y sólo las percibimos a través de sus efectos. De manera similar a como nos damos cuenta de la presencia y acción del viento a través de la agitación en las ramas de los árboles.

Aún sirviéndonos de la contemplación más sencilla de nuestro cuerpo podemos diferenciar algunos niveles en los signos que imprimen en él nuestros vínculos fundamentales. Lo más evidente son desde luego los rasgos físicos. Oímos decir por ejemplo que tenemos los ojos de papá, el cabello de mamá o el mentón de una abuela. Y tal vez también haya algo en la manera de mirar, en los gestos o en la cadencia de nuestro andar que es una característica común dentro de nuestro sistema familiar. Posiblemente hayamos descubierto además que algunas cosas que tienen que ver con el cuerpo se han repetido en la familia desde la época de los tatarabuelos. Quizás lo que trae el vínculo sólo sea detectable a través de sus efectos y veamos que en el sistema familiar son frecuentes los accidentes, o las adicciones, o los suicidios, o que varios miembros de cada generación mueren jóvenes, o que las mujeres tienen una mayor o menor facilidad para procrear. 

La percepción ordinaria es burlada fácilmente cuando los movimientos ocurren en ámbitos mayores al relativo al espacio y el tiempo. Esta actividad podría o no estar en resonancia con sucesos, sentimientos o destinos de personas de la familia que conocemos. También es probable que resuene con personas y vidas muy anteriores a nuestra aparición en el mundo. Incluso algo en nosotros podría orientarse hacia un suceso vivido por un ancestro de quien no conociéramos ni el nombre y, a causa de esto, estaríamos experimentando por ejemplo dificultad para dar la bienvenida a la felicidad, o bien nos sentiríamos agobiados por un sentimiento persistente y amargo que no se corresponde con lo que nos ocurre en el momento presente.

Es en el alma donde estos movimientos profundos y poderosos ocurren. De alguna manera se nos hace claro que todo lo que somos como persona está contenido en ese territorio inmenso que llamamos alma. Tenemos esta certeza a pesar de que nuestra comprensión no alcance a precisar el potencial completo de lo que somos. Aunque no podamos abarcar todos los procesos del alma ni seamos capaces de aprehender esas dimensiones de lo que somos que van más allá del tiempo y el espacio.

En la rica y misteriosa extensión del alma se inscribe nuestra experiencia vital única e irrepetible a la vez que confluyen y actúan en ella fuerzas que circulan a través de los vínculos. La actividad de estas fuerzas no es más que la actividad del amor en el alma. Es el amor lo que fluye por los vínculos que nos enlazan a la vida y a la muerte. El amor modela paisajes en el alma. Sin embargo, tiene infinitas cualidades. Y ciertamente hay un amor que no sólo puede enfermarnos sino dirigirnos hacia la muerte sin siquiera parpadear. Se trata del amor poderoso de los más pequeños. La renuncia a los deseos y los anhelos de este amor es a la vez una renuncia al pensar mágico. Una renuncia a la arrogancia e ingenuidad que supone que tiene la posibilidad de enmendar los destinos, de compensar injusticias, de salvar a los que ya han muerto, de saldar las cuentas de los abuelos, de arreglar lo que causa dolor y hacer desaparecer con el silencio lo que provoca miedo. Este amor infantil enceguecido brota en el alma y necesita abrir los ojos para abrazar la vida. Este amor, para ser desengañado y recuperar la vista, tiene primero que pronunciar sus metas. Tiene que desnudarlas a la luz de la aceptación de lo que es tal como es. 

Nada nos da el derecho a juzgar el amor que impulsó a una criatura a enfermar o a sacrificarse para retener a alguno de sus padres en la vida o para ayudarles con una carga pesada de llevar. Sin embargo, nos resultará sin duda muy útil saber  que ese torrente amoroso, al abrir sus ojos, no se pierde. Más bien se hace en nosotros más y más profundo según la visión se clarifica y se extiende. En este sentido, Bert Hellinger afirma que la felicidad es un logro del alma. 

A través de las Constelaciones Familiares podemos recibir impulsos de crecimiento. Impulsos de reconciliación para aquellas fuerzas que en nuestra alma se oponen o combaten. Impulsos para dirigirnos hacia lo que es mayor. Para reintegrar lo que está perdido, lo que se olvidó o fue negado. Luego el crecimiento continúa su movimiento por sí mismo buscando la plenitud de cada edad. Así el alma sana y, de pronto, lo que fue abrumador o terriblemente sobrecogedor se abre inesperadamente y da su mejor fruto. Nos descubrimos en libertad, asintiendo a nuestro destino. Nos descubrimos participando de un alma grande y según viajemos en ella se nos presentarán nuevos y más delicados y bellos continentes para el amor.