martes, 7 de julio de 2015

“La Manzana”

Tiiu Bolzmann

Como psicoterapeuta me encuentro con personas que quieren mejorar su vida y muchas veces vienen reclamando especialmente a sus padres por no haberles dado lo correcto, y entonces traen el deseo de desligarse de ellos.
   Sienten que son los padres los que los atan y no los dejan crecer o madurar. Quieren vivir su propia vida, con sus propios valores, con sus propias metas, y a decir verdad, no hay nada que objetar. Esto es lo que hace una persona madura. Entonces vienen con la idea de liberarse de sus padres. Pero, ¿cómo puede uno liberarse de sus padres?
   Es como si la manzana dijera: Me despido del árbol apenas tenga la forma de manzana, y me maduro sola.Busco un lugar más lindo, más luminoso, más caluroso. Quiero estar mejor acompañada, quizás con frutas exóticas, inteligentes, bellas, es decir, con otros que me gusten más. Me maduro sola y seré una manzana muy especial, independiente y orgullosa de mí misma. No necesito a mi árbol: el entorno me brinda todo lo que me haga falta: el sol brilla solo y me va a dar dulzura, la lluvia cae sin que yo tenga que hacer nada, recibo el agua que necesito, y el viento quita soplando las nubes y me secará para que no me pudra. ¿Para qué quedarse en la rama, limitada?
   Pero, ¿qué es lo que va a echar de menos? No va a tener el alimento que le llega a través de las hojas, las ramas, el tronco, las raíces y la tierra de su origen. No va a lograr crecer de la manera adecuada. No va a tener su pleno sabor, ni ser suculenta, ni va a lucir su color. No va a ser la manzana de su árbol, que cae sola, plena y llena, para llegar a su destino.
   Bueno, puede ser que la manzana niegue todo esto diciendo: Estoy de acuerdo y pago este precio por ser una manzana emancipada y exótica. Por ser algo muy, muy especial y ponerme en mi camino.
   Pero, ¿hasta dónde llegará? ¿Alguna vez han visto la semilla de una manzana que no maduró en su árbol? Está pálida, apagada. No tiene fuerza, no tiene peso, no está preparada para transmitir la vida. Y aunque la manzana haga un esfuerzo tremendo, viajando a países lejanos, tomando el sol en las playas caribeñas, buscando la lluvia pura de la selva y exponiéndose al viento limpio de las altas montañas… la semilla queda débil y condenada a quedarse apenas con su forma, y sin contenido. ¿Qué puede salir de una semilla así? Solamente puede salir un arbolito flojito que no tiene la fuerza para producir manzanas propias.
   Ahora bien, nosotros los seres humanos tenemos una ventaja en comparación con la manzana: podemos volver a nuestro árbol, colocarnos otra vez en nuestra rama y tomar todo lo que nos dan nuestras raíces, el tronco, las ramas y las hojas, con todo lo bueno y con todo lo malo, preparándonos para nuestro destino. También lejos de nuestros árboles, porque llevamos con nosotros todo lo que recibimos de ellos. Así madurados, nos suelta el árbol y nosotros también podemos soltarlo.
   Una vez tomado todo, tampoco tenemos que reclamar nada, porque ya lo hemos recibido todo y lo que nos falta todavía podemos agregarlo luego, durante nuestra vida madura. Pero, en el caso de nosotros los seres humanos, esto no es todo. Nuestra alma sabe más que nuestra razón y no aguanta la negación de nuestra fuente. En lo profundo somos fieles a nuestros padres: buscamos una compensación o un castigo por haberlos negado, y entonces sufrimos la misma enfermedad que la madre o nos hacemos alcohólicos como el padre, para dar un ejemplo.
   Así que el movimiento tiene que ir al revés: no alejándonos, sino acercándonos a nuestro árbol. Volviendo al lugar del primer amor entre padres e hijos, ahí donde este amor fue grande, intacto e inocente. Honrando lo que nos fue dado, reconociendo e integrando todo, también aquello que no fue perfecto y todo lo que nos falló. De esta manera, podemos estar completos y vivir la vida que a nosotros mismos nos corresponde.

viernes, 15 de mayo de 2015

Mis maestros

Bert Hellinger

¿Qué sería de mí sin mis maestros? Ellos me dieron en abundancia de su tesoro del conocimiento y el saber lo que sirvió a mi vida y a mi eficiencia, y así yo me convertí en lo que ahora soy.
Muchas veces me olvidé de todo lo que les debo. Todo se volvió naturalmente parte de mi vida y parte de mi ser, de lo que yo me sentía orgulloso como si en realidad viniese de mí. Cuando con frecuencia olvido a mis maestros, se me pierde mucho de lo que yo les debo. Y entonces eso que ellos me dieron se achica y pierde fuerza.
Distinto resulta cuando los tengo a ellos en mi corazón, cuando los recuerdo con agradecimiento. Yo siento que he sido obsequiado en abundancia. Ellos acompañan mi accionar y en lo que traspaso a otros, cuando le doy a otros -así como ellos una vez me dieron a mí- aquello que sirve a su vida y a su eficiencia. 
¿Me siento pequeño si me comparo con ellos? Al contrario. Yo puedo colocarme a su lado, al servicio de la vida como ellos, humilde y pequeño ante la vida y de esa manera  ser completamente uno con la vida y su movimiento.  
Cuando yo acepto lo que le debo a mis maestros otros podrán tomar de mí con mayor sencillez lo que yo les doy para su vida. Su mirada pasa por encima de mí y se dirige a todos los que me apoyaron, los que compartieron su vida comigo, del mismo modo como yo ahora la comparto con otros.
Entonces todos miramos por sobre nuestro maestro a aquel espíritu creativo que actúa en toda vida de la misma manera. Al igual que ante a ese espíritu nos inclinamos ante nuestros maestros y ellos se inclinan con nosotros ante ese espíritu. Frente a él permanecemos abajo, todos abajo, todos agradecidos, todos con vida y de la misma manera a su servicio.

fuente: http://www2.hellinger.com/es/home/portal/ayuda-para-la-vida-actual/agosto-2011/recuerdos/

viernes, 8 de mayo de 2015

Amar con los ojos abiertos




Terapeuta María Ángela González

No somos en aislamiento, somos en conexión con otros y con todo. Sin embargo, sólo a través de una visión amplia e integradora de la vida podremos descubrir en sus asombrosas expresiones y movimientos la actividad de una sola fuerza creativa fundamental que a la vez sostiene, nutre e interconecta cada detalle y cada ser de manera especial. Llegamos a la vida participando de una intrincada red de relaciones y vínculos que nos proveen lo que es imprescindible para vivir y desarrollarnos. Estos lazos actúan y se verifican en varias dimensiones simultáneamente. Algunas de ellas son evidentes y claras para nosotros, las reconocemos a simple vista. Sin embargo no ocurre lo mismo con las dimensiones más sutiles. Son elusivas. Y sólo las percibimos a través de sus efectos. De manera similar a como nos damos cuenta de la presencia y acción del viento a través de la agitación en las ramas de los árboles.

Aún sirviéndonos de la contemplación más sencilla de nuestro cuerpo podemos diferenciar algunos niveles en los signos que imprimen en él nuestros vínculos fundamentales. Lo más evidente son desde luego los rasgos físicos. Oímos decir por ejemplo que tenemos los ojos de papá, el cabello de mamá o el mentón de una abuela. Y tal vez también haya algo en la manera de mirar, en los gestos o en la cadencia de nuestro andar que es una característica común dentro de nuestro sistema familiar. Posiblemente hayamos descubierto además que algunas cosas que tienen que ver con el cuerpo se han repetido en la familia desde la época de los tatarabuelos. Quizás lo que trae el vínculo sólo sea detectable a través de sus efectos y veamos que en el sistema familiar son frecuentes los accidentes, o las adicciones, o los suicidios, o que varios miembros de cada generación mueren jóvenes, o que las mujeres tienen una mayor o menor facilidad para procrear. 

La percepción ordinaria es burlada fácilmente cuando los movimientos ocurren en ámbitos mayores al relativo al espacio y el tiempo. Esta actividad podría o no estar en resonancia con sucesos, sentimientos o destinos de personas de la familia que conocemos. También es probable que resuene con personas y vidas muy anteriores a nuestra aparición en el mundo. Incluso algo en nosotros podría orientarse hacia un suceso vivido por un ancestro de quien no conociéramos ni el nombre y, a causa de esto, estaríamos experimentando por ejemplo dificultad para dar la bienvenida a la felicidad, o bien nos sentiríamos agobiados por un sentimiento persistente y amargo que no se corresponde con lo que nos ocurre en el momento presente.

Es en el alma donde estos movimientos profundos y poderosos ocurren. De alguna manera se nos hace claro que todo lo que somos como persona está contenido en ese territorio inmenso que llamamos alma. Tenemos esta certeza a pesar de que nuestra comprensión no alcance a precisar el potencial completo de lo que somos. Aunque no podamos abarcar todos los procesos del alma ni seamos capaces de aprehender esas dimensiones de lo que somos que van más allá del tiempo y el espacio.

En la rica y misteriosa extensión del alma se inscribe nuestra experiencia vital única e irrepetible a la vez que confluyen y actúan en ella fuerzas que circulan a través de los vínculos. La actividad de estas fuerzas no es más que la actividad del amor en el alma. Es el amor lo que fluye por los vínculos que nos enlazan a la vida y a la muerte. El amor modela paisajes en el alma. Sin embargo, tiene infinitas cualidades. Y ciertamente hay un amor que no sólo puede enfermarnos sino dirigirnos hacia la muerte sin siquiera parpadear. Se trata del amor poderoso de los más pequeños. La renuncia a los deseos y los anhelos de este amor es a la vez una renuncia al pensar mágico. Una renuncia a la arrogancia e ingenuidad que supone que tiene la posibilidad de enmendar los destinos, de compensar injusticias, de salvar a los que ya han muerto, de saldar las cuentas de los abuelos, de arreglar lo que causa dolor y hacer desaparecer con el silencio lo que provoca miedo. Este amor infantil enceguecido brota en el alma y necesita abrir los ojos para abrazar la vida. Este amor, para ser desengañado y recuperar la vista, tiene primero que pronunciar sus metas. Tiene que desnudarlas a la luz de la aceptación de lo que es tal como es. 

Nada nos da el derecho a juzgar el amor que impulsó a una criatura a enfermar o a sacrificarse para retener a alguno de sus padres en la vida o para ayudarles con una carga pesada de llevar. Sin embargo, nos resultará sin duda muy útil saber  que ese torrente amoroso, al abrir sus ojos, no se pierde. Más bien se hace en nosotros más y más profundo según la visión se clarifica y se extiende. En este sentido, Bert Hellinger afirma que la felicidad es un logro del alma. 

A través de las Constelaciones Familiares podemos recibir impulsos de crecimiento. Impulsos de reconciliación para aquellas fuerzas que en nuestra alma se oponen o combaten. Impulsos para dirigirnos hacia lo que es mayor. Para reintegrar lo que está perdido, lo que se olvidó o fue negado. Luego el crecimiento continúa su movimiento por sí mismo buscando la plenitud de cada edad. Así el alma sana y, de pronto, lo que fue abrumador o terriblemente sobrecogedor se abre inesperadamente y da su mejor fruto. Nos descubrimos en libertad, asintiendo a nuestro destino. Nos descubrimos participando de un alma grande y según viajemos en ella se nos presentarán nuevos y más delicados y bellos continentes para el amor.

jueves, 2 de abril de 2015

La manzana no cae lejos del tronco - Una alianza de padres de familia y maestros para que las nuevas generaciones encuentren su vocación

Angélica Olvera & Tiiu Bolzmann

LA PEDAGOGÍA SISTÉMICA
Tanto educadores como padres de familia se encuentran muchas veces frente a situaciones en las que no entienden cómo, a pesar de todos sus esfuerzos, no logran ayudar al chico o al adolescente a modificar ciertos comportamientos conflictivos o a resolver dificultades de aprendizaje. Es frecuente que educadores y padres de familia se responsabilicen mutuamente cuando no ven resultados positivos en sus intentos.
Bert Hellinger ha creado un método, las Constelaciones Familiares, que permite encontrar soluciones para equilibrar sistemas y ayudar a que cada persona esté en el lugar que le corresponde, ocupándolo con toda su fuerza.
Aplicando este método al área educativa sabemos que la plena fuerza de un chico no está en ser grande, sino en ser lo que es: un chico.
Cuando puede lograrse que tanto el padre, como la madre, el estudiante como el maestro, ocupen totalmente su lugar, entonces el proceso de enseñanza – aprendizaje fluye provechosamente para todos quienes lo comparten.
En el área educativa, muchos de los problemas escolares pueden ser resueltos gracias al trabajo conjunto y organizado de maestros, maestras, padres, madres y estudiantes.
 ¿Cómo lograr un trabajo conjunto en donde todas las fuerzas confluyan y sirvan al mismo objetivo? Una excepcional respuesta, por su calidad y originalidad, la ha dado a estas interrogantes el enfoque Sistémico que hace Bert Hellinger.

UNA MIRADA AL PENSAMIENTO SISTÉMICO
Quisiera empezar mirando los sistemas en sí mismos. El significado de “SISTEMA”, una definición amplia que contiene cuatro puntos es la siguiente:
1. El sistema es un conjunto de elementos y sus relaciones entre los elementos y sus atributos.
2. Los elementos se influencian unos a otros mutuamente. Si uno de ellos se cambia, automáticamente causa un cambio en todo el sistema.
3. Los sistemas son totalidades. Todo lo que existe, existe en contextos totales.
4. El sistema es una cualidad, más que una suma de sus elementos.

SISTEMA FAMILIAR
Este concepto suena muy abstracto, pero si adaptamos estas definiciones al sistema familiar, entenderemos de qué se trata.
1. La familia es un conjunto de miembros y sus relaciones entre los miembros y sus características. 2. Los miembros se influencian uno al otro mutuamente. Si uno de ellos se cambia, automáticamente ocasiona un cambio en todos los miembros del sistema.
3. Las familias son totalidades. Todos los que existen, existen en contextos totales.
4. La familia es una cualidad, más que es suma de sus miembros.
 Ahora, los sistemas humanos, es decir: las familias tienen una condición que es significativa para el comportamiento del ser humano: el afán hacia una finalidad y éste es dirigido a la sobrevivencia de nuestra especie. El ser humano está condicionado a reproducirse, y las relaciones humanas sirven para la vida. La meta ya existe en el pensamiento e influye en la acción. Así, el sistema familiar se encuentra en un proceso perpetuo y está dirigido y unido por leyes visibles e invisibles.

LOS ÓRDENES DEL AMOR
Desde el momento en que llegamos a la vida pertenecemos a un determinado sistema de relaciones familiares. Más tarde nos integramos a otros sistemas como: el colegio, grupo de amigos, equipos de trabajo y otros más amplios como lo son las religiones, culturas, países y, al final, al sistema del universo. Y en todos estos sistemas existen Órdenes, en cada uno de distinta manera, que al respetarlos nos permiten avanzar y vivir en sintonía, en caso contrario nos detienen. De manera que al respetarlos nos permiten avanzar y vivir en sintonía, en caso contrario nos detienen. De manera más fuerte sentimos los Órdenes en la familia: Si los respetamos, el amor puede fluir. Por eso Bert Hellinger los llama: “Órdenes del Amor”. Todos somos miembros de nuestro Sistema Familiar.
Todos somos hijos de un padre y una madre, que a su vez, también son hijos de un padre y una madre, no importa si ya murieron, si los conocimos o no. Nadie tiene el poder de cuestionar este sistema en el que nace. Tampoco puede negar a su familia, sin negarse a sí mismo. Estamos ligados con profundos lazos de lealtad a nuestra familia, y seguimos las leyes que la dirigen y la unen.
 Como un árbol, que tiene su forma y su lugar en el que crece a su propia manera.
 El orden viene primero, después viene el amor. Bert Hellinger comprobó y observó que el amor puede desarrollarse en un orden correcto; si existe un desorden, el amor, aunque sea grande, no puede fluir.
 Ahora bien, antes de observar las relaciones más detalladamente, quiero que prestemos atención a algo muy importante: La teoría sistémica se trata de la investigación de las relaciones entre los fenómenos y no de la naturaleza de los fenómenos.

Lo mismo se aplica en el trabajo de constelaciones Familiares y los Órdenes del Amor, también se refiere a las relaciones. Las relaciones no son fijas, tampoco las actitudes o características de los miembros de la familia, pues éstos cambian en distintos contextos. Por eso se puede asfixiarlos. Por eso no tiene sentido decir que una persona “es” de tal manera, sino que “parece ser”, de esta forma conseguimos información sobre el sentido del comportamiento y también del funcionamiento del sistema.

ÓRDENES DEL AMOR- PARA EL LOGRO DE LA RELACIÓN
Bert Hellinger menciona tres condiciones para el logro de la relación.

El primer Orden es la vinculación.
 Cada ser humano tiene la necesidad de estar vinculado. El niño siente la vinculación como amor y felicidad, no importa de qué manera crece, ni en qué circunstancias y no importa cómo son los padres. El hijo sabe que pertenece, ese saber y ese vínculo es amor. Uno tiene que ver el poder de esa vinculación, porque por ese amor, el hijo es capaz de sacrificar su vida.

El segundo Orden es el equilibrio entre el dar y el tomar
Todos los sistemas humanos tienen la tendencia y la necesidad de equilibrarse. Esto es una ley natural que se muestra en las relaciones como la necesidad de dar y tomar. Hay que diferenciar: el intercambio entre un hombre y una mujer en pareja, es distinto al intercambio entre padres e hijos. Una pareja tiene la necesidad de equilibrar entre dar y tomar. Pero en la relación entre padres e hijos no se puede lograr el equilibrio de la misma manera, pues los padres dan y los hijos toman. Los hijos nunca pueden dar a los padres lo que ellos recibieron. Porque el equilibrio tiene que ver también con el tiempo y el orden sigue una jerarquía: Aquéllos que vinieron antes dan a aquéllos que vienen después. Esto funciona también en la fila de los hermanos.

El tercer Orden se refiere a las normas y reglas del grupo.
 En todas las relaciones se desarrollan normas, reglas, rituales, convicciones y tabúes que tienen valores para todos los miembros. De esta manera se estructura una relación en un sistema con órdenes y reglas. Estos órdenes son conocidos y visibles, pero detrás de éstos actúan órdenes invisibles, ya anticipados, que no se dejan negociar.
 Resumiendo, se puede decir que existen tres necesidades elementales que son responsables para lograr una relación y la conciencia está al servicio de las tres.
Una relación tiene éxito solamente si estas tres condiciones están ejecutándose a la vez. No hay vinculación sin equilibrio entre dar y tomar y sin reglas; no hay equilibrio sin vinculación y reglas; y no hay reglas sin vinculación y equilibrio.
 Cuando uno quiere dar solamente, se queda en la posición de tener pretensión. Esta actitud se encuentra en personas que trabajan en el ámbito de ayuda, dan pero no quieren tomar. Otros se niegan a tomar, quieren guardar su inocencia; de esta manera se sienten sin la obligación y superiores a aquéllos de quienes toman. Esta negación se dirige muchas veces hacia los padres de familia; de esta manera la persona se siente vacía e insatisfecha.

jueves, 19 de febrero de 2015

Sin raíces no hay alas



Terapeuta Edlín Ortiz Graham
Instituto Luz sobre Luz


Hoy mi hermana mayor, Ileana, me envió un correo desde Puerto Rico. Es un cuento acompañado de imágenes bellísimas y música, como muchos de los que me envía. Me absorbió la profundidad del contenido.  Y al terminar de leerlo, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. El testimonio apunta hacia uno de los temas medulares del trabajo sistémico y es por eso que lo traigo a este espacio. Y más aún, nos habla de uno de los temas que a todos nos toca íntimamente: nuestras raíces. 

Tiempo atrás, yo era vecino de un médico cuyo pasatiempo era plantar árboles en el enorme terreno de su casa. A veces observaba desde mi ventana el esfuerzo que hacía para plantar árboles y más árboles todos los días. Me empezó a llamar la atención el hecho de que jamás lo veía regando los árboles que recién había plantado. Y me di cuenta deque los árboles nuevos tardaban mucho en crecer. Cierto día me animé a plantearle mi inquietud. Fue entonces cuando me habló de su maravillosa teoría.
Me explicó que no los regaba porque si lo hiciera, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían para siempre esperando por el agua más fácil venida de encima. Al no recibir agua de la superficie, aunque los árboles demorarían más en crecer, sus raíces tenderían a migrar hacia el fondo, buscando el agua de las variadas fuentes nutrientes encontradas en las capas más inferiores del subsuelo.
Y hasta ahí la charla de aquel día con mi vecino.
Al poco tiempo me fui a vivir a otro país, y nunca más lo volví a ver. Varios años más tarde, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que antes no había. ¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño!
Lo curioso es que aquel era un día en que soplaba un viento muy fuerte y helado, un día en el que los árboles de la calle estaban arqueados, sin poder resistir el rigor del invierno.  Al aproximarme, noté cómo sus árboles resistían con facilidad tal inclemencia. Efecto curioso, pensé... 
Todas las noches, antes de irme a acostar, doy siempre una mirada a mis hijos me inclino sobre sus camas y observo cómo han crecido. Con frecuencia oro por ellos. “Dios mío, libra a mis hijos de todas las dificultades y agresiones de este mundo”.
Les cuento que ha llegado la hora de cambiar mis plegarias. Me doy cuenta de que al haber estado orando por que las dificultades no ocurran, he pecado de gran ingenuidad. Es inevitable que los vientos helados y fuertes alcancen a nuestros hijos, pues siempre habrá una tempestad próxima a ellos.
Ahora en cambio pediré que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan sacar energía de las mejores fuentes –de las más profundas–, que se encuentran en los lugares más hondos.
He orado demasiado tiempo deseando que todo se haga fácil, pero ahora sé que necesito pedir por desarrollar raíces fuertes y profundas para que cuando las tempestades lleguen –porque sé que llegarán– y los vientos helados soplen, podamos resistir como familia con integridad y con fortaleza interna de manera que no seamos arrastrados.
Mel

Desde la perspectiva sistémica y transgeneracional, este es un relato elocuente. Como esos nuevos árboles, tendemos a buscar sostén en la superficie. Buscamos estar bien y sentirnos felices con lo que en apariencia nos beneficia. Sin embargo, con frecuencia los hechos que la vida nos trae, nos confrontan y no hallamos en la superficie el remedio. Es en lo profundo que entonces encontramos los verdaderos nutrientes del subsuelo de nuestra herencia.
En ese subsuelo, tal como nos narra el autor de este testimonio, están los nutrientes capaces de fortalecernos como seres humanos y darnos el pasaje hacia la felicidad verdadera que nada ni nadie nos puede quitar.  En ese subsuelo que muestra la metodología de las constelaciones familiares, está esperándonos toda la riqueza, la fuerza y la sintonía de nuestras raíces, de manera que podamos crecer fuertes y flexibles para tomar la vida.  En ese subsuelo está la posibilidad de conectarnos, de arraigarnos con la fuerza que hemos heredado de nuestro linaje materno y nuestro linaje paterno.  En ese subsuelo vivo que es el campo morfogenético que nos ha pasado la vida y al que estamos arraigados, –sepámoslo o no– se encuentra la raíz de nuestra personalidad y también la matriz de nuestros destinos.

Buena parte de nuestro bienestar y nuestra salud dependen de tomar todo ello en el corazón y para siempre. Sin reclamos, sin ruidos y sin desear cambiarlo.  Todos los elementos de ese subsuelo, y cada persona que forma y ha formado parte de esa profunda y arcana alma familiar que ha producido la vida generación tras generación, hasta pasarla a nosotros, son fuerza y bienestar para nuestro presente si somos capaces de tomarlos y honrarlos en nuestro corazón, si somos capaces de decirles ‘Sí’ y ‘Gracias’. Lo que ha sido, tal cual es, es verdadero. Y es la verdad lo que nos hace libres mientras la negación de la verdad nos debilita.

Sí. Qué triste es vivir buscando el agua de la superficie para saciar una sed que sólo puede ser saciada cuando nuestro corazón está conectado a nuestra raíz.
Y qué fortuna tener a una nuestro alcance hoy una ruta hacia la conexión profunda.  No existe estimulante o droga que pueda producir el estado que viví que me abarcó durante tres días consecutivos, inesperadamente, cuando pude conectarme al río de vida que fluye a través de mi bisabuela, mi abuela y mi madre, hasta mí. ¡Tantos años sin haberlas mirado! Tantos juicios de mi mente interrumpiendo la conexión… Y en un instante, tanta fuerza de vida ahora disponible a través de ellas en mi propio corazón. Lo mismo le ha ocurrido a varios consultantes que he atendido al conectarse con el río poderoso de fuerza que fluye hasta sus pechos desde el linaje paterno.  

Pero si no miramos hacia lo profundo, nos desgastamos buscando en el exterior algo que nunca podrá darnos la superficie.  
“El corazón que ha comprendido que su presente está en resonancia con su pasado, tanto lo bueno como lo malo, late en sintonía con la vida”.  Estas son palabras de Bert Hellinger. A él, nacido en Alemania, donde ocurrió uno de los peores holocaustos de nuestra época, le fue dado el honor de hacer accesible a todos una sencilla pero eficaz respuesta a los desequilibrios que nos impiden la felicidad. Por ello, le estamos profundamente agradecidos.  Ese pasado al que se refiere, abarca nuestro origen, la fuerza que nos dio la vida y que pone a nuestro servicio, la herencia biológica, genética, anímica y espiritual. Al tomar esa herencia por completo, podemos pararnos firmemente sobre nuestros propios pies en el presente, como los árboles que provocaron el asombro en el autor.  Sí es posible subsistir tomando del agua que viene de encima, como dice Mel en su relato.  Pero para vivir, para brillar libremente y ser felices, necesitamos conectar con nuestras raíces al subsuelo de nuestra poderosa alma familiar.